El celo es lo más puro que hay en el amor de Dios» […] ¿Sentimos en nosotros este deseo? ¡Sí lo sentimos¡ ¡Qué dicha! Reconozcamos que no somos misioneros, pues los verdaderos misioneros están llenos de ardor por el trabajo»
(San Vicente de Paúl. XI, 590-591).