Con la esperanza de ahondar en nuestra formación, para hacer más eficaz nuestra misión de evangelizar y transmitir el encuentro con ese Dios que transforma los corazones y que se abren a su Palabra. Los estudiantes del Teologado y Etapa de Acogida (Athanase Mvondo, Gyldas Mette y Diosvany Ortiz) después de un verano cargado de muchas y diversas experiencias de servicio y encuentros fraternos comenzamos el curso de Monitores de Tiempo Libre. En tierras navarras, concretamente en Pamplona, compartimos del 16 de agosto al 1 de septiembre un Curso de Monitor de Tiempo Libre junto con jóvenes de la Diócesis de Pamplona.
Tiempo en el que en conjunto supimos abrazar tanto la formación impartida por los profesores, así como también la cercanía de los mismos. Supieron hacer de este tiempo de formación intensa, no solo un tiempo de estudio, sino también de trabajo en equipo e integración. Esto hizo posible nuestro desarrollo personal como líderes pero también como un gran equipo, capaz de enfrentar cada uno de los desafíos propuestos al grupo.
Dos semanas cargadas de talleres tales como: habilidades sociales, resolución de conflictos, manipulador de alimentos, la afectividad, formación en valores y en fe, salud y socorrismo, técnicas de grupos, juegos, y técnicas al aire libre entre otras.
La formación para San Vicente se hizo esencial para la misión de la Pequeña Compañía. Pero también Vicente hizo notar la importancia del conocer a la persona. Porque en la persona oculta, detrás del rostro del pobre, se reflejaba el rostro de Cristo. “Si se encontraban con algún pobre, con algún niño, con algún buen hombre, hablaban con él, veían si sabían los misterios necesarios para la salvación, y si se daban cuenta de que no los sabía, se los enseñaban” (SVP, XI, 267).
Aprendimos en el curso que el rostro de la persona es importante. Que mucho antes de planificar una actividad hemos de mirar la realidad de esos chavales con los que se va trabajará. Conocerles implica hablar con ellos, ver sus principales necesidades, saber empanizar para lograr los objetivos establecidos por medio de las actividades que les ayuden a hacerles crecer en humanidad y porque no, también en la fe.
Como bien nos comentaba la profesora habilidades sociales, Katia: “el centro de toda nuestra actividad como monitores es el amor”. No podemos llevar adelante una actividad si el amor no mueve nuestros corazones. Si el centro de nuestra actividad es solo ocio y diversión, olvidamos que el verdadero centro son nuestros chicos. Y reconociendo este hecho, trabajaremos por ellos y para ellos.
“El amor es inventivo hasta el infinito” (SVP, XI, 146). San Vicente lo tenía muy claro. No es posible separar la misión de la caridad. No es posible encontrar unos rostros alegres en los chicos, sin que detrás existan unos monitores que trabajen verdaderamente por ellos. Bien decía San Vicente: “La perfección no consiste en la multitud de cosas hechas, sino en el hecho de estar bien hechas” (SVP, X, 353). Y estar bien hechas envuelve precisamente el que se hacen por amor.
Agradecemos al Seminario diocesano de Pamplona por acogernos durante estos 15 días, por la cercanía y disposición tanto del profesorado así como de Anabel que nos acompañó y cuido cada jornada. Las gracias además a la comunidad de Paúles La Milagrosa. Gracias al superior de la comunidad, P. Luis Miguel, por su acogida, cercanía y por las visitas a San Francisco Javier o el monasterio de Leyre que ayudaron vivir momentos de fe, de encuentros con la misión y la oración que nos muestran la vida de la Iglesia.
A todos los participantes en el curso de monitores con los que compartimos incontables experiencias, un agradecimiento especial. La convivencia en San Miguel se hizo corta pero aprendimos a convivir con alegrías y vida. Regresamos a nuestras comunidades con el sentimiento del adiós convertido en un hasta pronto.
Diosvany Ortiz
Etapa acogida, Zaragoza