El P. José Acosta Alemán, CM nació en la trimilenaria ciudad de Cartagena el 27 de mayo de 1880 donde la tradición del lugar refiere que entró la fe en España por su puerto natural de manos del Apóstol Santiago.

Inspirado por la vida apostólica que recibió de las Hijas de la Caridad en el colegio Patronato del Sagrado Corazón de Jesús, donde estudió de niño, fue enviado, en 1902, a formarse como misionero paúl a la Casa Madre de París. Desde allí, parte a la misión de China.

Con el ejemplo de la “forma de amor total a Dios” de los mártires paúles en China Francisco Regis Clet y Juan Gabriel Perboyre, desarrolla su labor evangelizadora durante 18 años en diferentes vicariatos apostólicos encomendados a la Congregación de la Misión:  Tche-Ly (Septentrional y Central) y Chengtingfu. En la misión aprendió a “crecer día a día en un amor mayor a Dios y a los hermanos para transformar (su) vida” al amor de Dios. Pues, en el gigante asiático, el cartagenero, desgastó su vida por el Evangelio soportando las dificultades propias de conocer una nueva cultura, soportar diferentes climas… ahí siguió la recomendación de “tomar cada día (la) cruz y a seguir (a Jesús) por el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad […]”.

Debido a problemas de salud, tuvo que volver a Europa en 1926 donde, perteneciente a la provincia francesa de Aquitania, fue enviado a la comunidad que esta mantenía en la C/ Fernández de la Hoz de Madrid. No obstante, recibió la encomienda de atender a los Hijas de la Caridad de Totana (Murcia). Ahí ejercía de capellán, tanto del colegio como del asilo, de profesor de religión y director de la Asociación Hijas de María.

De (su) profunda e íntima unión con Cristo” le sobrevino el “don de (la) gracia (divina), que (le hizo capaz) de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, […]”. Era finales de julio de 1636. Fue expulsado del colegio que atendía. Escapó y se refugió en la casa de un pariente. Pues él no buscaba el martirio: tenía en alta estima el don de la vida. Sin embargo, unos quince días después, lo descubrieron y encarcelaron.

En la cárcel sufrió vejaciones, insultos y palizas. Le dejaron sin ver al romperle las gafas. Se observa como sufrió en su cuerpola muerte de Jesús, […] su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que pudiéramos tener la vida (Cfr. Jn.10,10)”.

Fue fusilado, junto con otros dos sacerdotes el 31 de enero de 1937. Estos tres beatos mártires demostraron su total libertad (Cfr. LG,42). Fueron libres “respecto del poder del mundo: (fueron) […] persona(s) libre(s), que en un único acto definitivo entrega(ron) toda su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad”.  Todo ello, cobra mayor credibilidad por la conciencia de nuestro beato de que la vida es el mayor regalo que Dios otorga y, por eso mismo, como el Señor, la entrega por amor al prójimo, ya que Jesús mismo “es el grano de trigo venido de Dios, […], que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo”.

El P. José Acosta podría ser tenido como mártir de la misión, pues no dudó en la posibilidad de entregarse enteramente a Dios en China a ejemplo de los dos paúles mártires del siglo XIX. Sin embargo, el martirio le sorprendió en su tierra natal siendo mártir del siglo XX español.

En él, como en otros muchos misioneros paúles se cumplió el anhelo del Fundador:

“¡Quiera Dios, mis queridísimos Padres y Hermanos, que todos los que vengan a entrar en la Compañía acudan con el pensamiento del martirio, con el deseo de sufrir en ella el martirio y de consagrarse por entero al servicio de Dios, tanto en los países lejanos como aquí, ¡en cualquier lugar donde Él quiera servirse de esta pobre y Pequeña Compañía! (SVP; XI,258-259)”.

Desde el ejemplo del beato José Acosta, fiel seguidor de Jesús, por medio de su celo apostólico recibimos la esperanza de seguir creciendo en el amor a Dios en el hermano necesitado, ya que “ninguno de nosotros queda excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir en medida alta la existencia cristiana, y esto conlleva tomar sobre sí la cruz cada día”.