El menor de una familia de 10 hijos. Cuatro hermanas suyas y tres sobrinos fueron religiosos.
Recibió las órdenes sagradas en Madrid. En 1902, al constituirse la provincia canónica de Barcelona quedó incardinado a ella.
Fue profesor y formador en distintos seminarios diocesanos de Méjico confiados a la Congregación de la Misión desde 1899 hasta que en 1918 lo destinaron a Cuba. Resistió en Méjico los años durísimos de la persecución de Calles. En 1921 regresó a España.
Siempre fue un misionero ejemplar entregado al apostolado propio de su vocación y al servicio de los pobres, con un verdadero amor a Jesucristo.
En julio de 1936, el P. Berenguer era el rector del templo en la casa provincial de Barcelona. Juzgaba con un cierto optimismo la situación, acaso por haber sobrevivido en la persecución mejicana. Esta actitud optimista fue decayendo a medida que arreciaban los ataques a la religión. No quiso dejar la casa hasta que quedaran a salvo la Eucaristía y los objetos del culto, viéndose obligado a salir por el terrado en la madrugada del día 20, junto con el superior, por estar invadida la iglesia y la residencia.
Lo recibió en su casa su sobrino Ángel Berenguer Plans y permaneció oculto hasta que el 17 de septiembre unos milicianos armados asaltaron el edificio y lo llevaron prisionero. Él no ocultó su condición sacerdotal y como tal figura en los documentos oficiales.
En la cárcel se fue debilitando de día en día; perdía la vida sin que hubiera para él los mínimos cuidados, ni tratamiento alguno. Contrajo una pulmonía complicada con meningitis y septicemia que es una enfermedad mortal propia de la falta de asepsia. Por fin lo llevaron a la enfermería de la cárcel, gracias a lo cual un sacerdote de la diócesis de Toledo le administró todos los santos sacramentos.
Con pleno conocimiento ofreció su vida por la salvación de España. Había hecho a sus familiares el siguiente testamento espiritual: “Si Dios me tiene destinado para alguna cosa, hará que viva, y si no iré al Cielo”. El 27 de mayo de 1937 lo trasladaron al hospital clínico. Ya estaba gravísimo.
Murió en la zona de detenidos del hospital Clínico, bajo vigilancia por estar preso, el viernes 28 de mayo de 1937 a causa de los malos tratos recibidos durante 8 meses de cautiverio.
Ángel, el sobrino que lo recibió en su casa, atribuye a su intercesión haber salido ileso de entre los escombros, al explotar una bomba en el edificio de su casa causando 36 muertes, el 7 de diciembre de 1937.