Datos de la infancia y adolescencia
Hacia 1879, año en que nace Ireneo en Los Balbases (Burgos), el 10 de febrero, corrían años de bonanza para España. Un año antes, el rey Alfonso XII casaba con Doña Mercedes el 23 de enero de 1878, en medio del aura popular. Es cierto que por pocos años, porque el rey Alfonso moriría, prematuramente, unos días antes de cumplir sus 28 años, el 25 de noviembre de 1885, invadido de tisis y cólera, en el palacio de El Pardo. Entre 1879 y 1885 transcurrió la infancia de Ireneo, hijo de Mamerto y Cristina, modestos labradores que, aunque entregados a sus trabajos agrícolas y alejados de la política, suspiraban por la paz y prosperidad de España.
Los Balbases, antigua villa, guarda un rico legado artístico representado sobre todo en dos iglesias góticas: la de San Esteban y la de San Millán, pertenecientes a barrios distintos. A los dos días de su nacimiento, Ireneo era bautizado en la iglesia parroquial de San Esteban, recibiendo a Santa Escolástica como abogada, por expreso deseo del ministro del sacramento, cura párroco del pueblo. Mandaba entonces mucho el calendario del santoral. Efectivamente, San Ireneo, mártir de Roma, era el primer santo varón que figuraba en el calendario el día 10 de febrero, y Santa Escolástica ocupaba el puesto primero en la fiesta del día. Así que no había más que hablar, el neófito, por ser varón, se llamará Ireneo, y llevará como patrona a Santa Escolástica, hermana de San Benito.
Ireneo y Escolástica, dos nombres de santos que ejercerían perfectamente en nuestro futuro misionero el oficio de su significado, con expresa aceptación del interesado. Ireneo, que significa hombre pacífico, le caía como anillo al dedo porque su ideal era sembrar la paz y concordia en todos los campos pastorales que le encomendaran; huía de las discusiones acaloradas. De hecho, los biógrafos subrayan su carácter bondadoso, amable y condescendiente y su espíritu de reconciliación. Otros subrayarán en él su simpatía y buen trato, “con ganas de servir siempre a los demás”. Su santa patrona Escolástica le atraía porque veía en ella a la estudiante ideal a los pies del divino Maestro, revelador del amor del Padre, y a la cristiana sencilla a quien se le concedió el don del conocimiento del Reino, oculto a los sabios y entendidos de este mundo.
El bautismo en la parroquia de San Esteban nos está indicando que la casa natal estaba enclavada dentro del barrio cuyo patrono era el santo protomártir de la Iglesia. Dentro del mismo año de su nacimiento, 1879, el 19 de octubre en concreto, aprovechando la visita del arzobispo de Burgos al pueblo, recibió el sacramento de la confirmación. El Papa León XIII llevaba poco tiempo como Pastor de la Iglesia Universal. El futuro misionero, P. Ireneo, comentará en alguno de sus sermones de misión la doctrina expuesta por dicho Papa en la famosa encíclica Rerum novarum, de contenido social.
Apenas cumplidos los 12 años, Ireneo decide dirigir sus pasos a la Casa Misión y Colegio Apostólico que los PP. Paúles habían abierto (1888) en Arcos de la Llana, en un antiguo Palacio del Arzobispo. El adolescente tuvo oportunidad de estudiar en Arcos el primer curso de latín y humanidades, 1891-1892, bajo la dirección del P. Inocencio Gómez. Ireneo Rodríguez será uno de los primeros paúles burgaleses que pasen por una Apostólica antes de ingresar en el Seminario Interno. El mismo P. Inocencio Gómez, burgalés de origen, había ingresado en la Congregación, pero siendo ya presbítero, como tantos otros insignes misioneros.
Terminado el primer curso, la comunidad de la Casa Misión de Arcos se traslada a la villa de Tardajos, a otro antiguo palacio, caserón perteneciente también a la Mitra burgalesa. Aquí continúa Ireneo sus estudios de humanidades hasta terminar tercero de latín, siendo superior el P. Manuel Casado, antiguo profesor en Arcos. Por Tardajos pasarán varios cientos de adolescentes, muchos de los cuales llegarán a ser misioneros muy apreciados en la Congregación de la Misión.
Al faltarle todavía un curso de humanidades y no poder hacerlo en Tardajos, es enviado por los superiores a Murguía (Álava), donde funcionaba, desde 1888, otro Colegio similar al de Tardajos, con la diferencia de que en aquel los aspirantes a la Congregación de la Misión convivían mezclados con los colegiales de la comarca, en régimen de internado. El ejemplo de Ireneo arrastró a otros jóvenes de su pueblo, poco después, para seguir el mismo camino de la carrera sacerdotal. Los mejores reclutadores de vocaciones serán durante mucho tiempo los mismos apostólicos, que comentarán con los muchachos de su pueblo, la vida de estudio y de piedad que llevaban en el colegio.
Ingresa en la Congregación de la Misión
Con dieciséis años cumplidos, pide ingresar en la Congregación, cuyo Seminario Interno se encontraba en el barrio de Chamberí, de Madrid, C/. García de Paredes. El total de seminaristas ingresados en el curso de 1895-1896, al que pertenecía Ireneo, alcanzaba el número estimable de 45 jóvenes, del que descollarían figuras sobresalientes por su ciencia, virtud y entrega a la Misión, como los PP. Domingo Villanueva, José María Fernández, fundador de la Misión de Cuttack (India) en 1922 y mártir de la persecución religiosa, de 1936, Enrique Sáenz, Santiago Senderos y varios más.
Ejercía de Director del Seminario el P. Ramón Arana Echevarría (1889-1902), excelente transmisor de entusiasmo por la persona de Jesucristo evangelizador de los pobres, sencillo, manso y humilde de corazón, y de su distinguido apóstol de la caridad, Vicente de Paúl. El P. Ramón Arana, de palabra amable y cercana, procuró entusiasmar los ánimos de sus seminaristas por el ministerio de las misiones populares, a las que él se había dedicado durante muchos años. Hablaba a los jóvenes llevado de la experiencia y del amor más que de la ciencia, que tampoco le faltaba. Sus charlas rebosaban gracia e interés, salpicándolas con anécdotas vividas a lo largo de su vida apostólica, como costa en sus Apuntes. Dado su estilo de ser y de hablar sencillo, se ganaba la confianza de los seminaristas.
Como es costumbre en la Misión, al terminar el segundo año de Seminario Interno, nuestro seminarista emite los votos perpetuos el 3 de junio de 1897 ante el Visitador P. Eladio Arnaiz. En el mismo lugar y casa de García de Paredes, realiza tres años de estudios filosóficos y cuatro de teología, que le capacitan para la misión inmediata que desarrollará en los seminarios de Filipinas. El año 1903 fue clave en su vida, ya que no sólo recibió el diaconado el 28 de octubre, y el presbiterado el 1 de noviembre, sino que además ensayaba una nueva etapa, dedicado a la formación del clero filipino, al que se entregó con alma, vida y corazón. Sus discípulos confiesan que quedaban gratamente satisfechos de la paz y alegría que infundía el P. Ireneo.
Periplo por tierra y mar
Un mes en España, tras la ordenación sacerdotal, mientras arreglaba los papeles para embarcarse a Filipinas, el 12-XII-1903, en la 27ª expedición organizada por los misioneros paúles españoles, pasó como un suspiro. La ilusión de engolfarse en el mar era palpable en un joven de secano; corría hacia un mundo nuevo y una cultura nueva. En 1904 llegaba al seminario de Cebú; en 1907, al de Manila; en 1910, al de Naga; en 1912, de nuevo en Manila; en 1917, en San Pablo; en 1921, en Madrid reponiéndose; en 1922, por tercera vez en Manila; en 1923, enfermo en Madrid; en 1926, en Málaga; en 1927, en La Habana, y, finalmente, en 1931 en Guadalajara, donde daría el salto final a la patria eterna, tras haber confesado su fe y amor ante las turbas comunistas que le martirizaron junto con otros tres compañeros de comunidad.
La misión de Filipinas le confirmó en su vocación de formador del clero; además de la docencia en los seminarios y la dirección espiritual de los seminaristas, conocía por experiencia el trato con los sacerdotes, la dirección espiritual de los fieles y el ministerio del confesionario. Su granito de arena aportado en la formación del clero filipino contribuyó a levantar la obra más hermosa que la Congregación de la Misión ha realizado en las islas Filipinas.
En España y Cuba se ejercitará en las misiones populares, de las que cosechará abundantes frutos. Sus armas de apostolado no pasaban de la sencillez, amabilidad y cortesía con toda clase social de gente, de cultura y formación, de color y compromiso religioso. Las diócesis españolas, como la de Toledo, Astorga, Ávila y Badajoz, fueron testigos de la abundante semilla de la Palabra de Dios sembrada por el celo infatigable del P. Ireneo.
La enfermedad le visitaba y probaba con frecuencia, a partir de su estancia en el trópico; no era raro que, debido a la gravedad de la misma, se viese obligado a suspender el trabajo y replegar alas. Entre 1926 y 1927, misionando en la diócesis de Toledo, enfermó teniendo que ser hospitalizado en Puente del Arzobispo, donde las Hijas de la Caridad regentaban un pequeño hospital. Pero la paz y conformidad con la voluntad de Dios le guiaba y daba ánimos en medio de las adversidades y limitaciones físicas. Ciertamente, estamos ante un misionero que buscaba la santidad en el cumplimiento de su misión.
“Nosotros vivimos entre alarmas”
Al finalizar el año 1931, vuelve de Cuba y es enviado al Colegio Apostólico de Guadalajara. Avanzado el año 1936, pero antes de que estallara la revolución marxista, la comunidad del Colegio Central de Guadalajara aceleró su marcha hacia Murguía (Álava), para poner a salvo a los jóvenes aspirantes a misioneros. Quedaban sólo para guardar el Colegio los PP. Ireneo Rodríguez, Gregorio Cermeño, Vicente Vilumbrales y el Hno. Narciso Pascual. El P. Ireneo en función de superior interino suplía al verdadero superior P. Gregorio Sedano. En este caso, como en otros parecidos, la disponibilidad del P. Ireneo respondía con entrega generosa a la necesidad urgente de atender a los fieles y a los compromisos de la comunidad como prefecto de la iglesia y confesor, como Director de la Asociación de la Medalla Milagrosa, Consiliario de las Damas de la Caridad y de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Un hondo sentido de la responsabilidad y celo pastoral presidía sus acciones. Su entusiasmo por la Virgen Milagrosa, cuyas novenas predicaba, calaba en el corazón de los fieles. En agradecimiento a lo mucho bueno recibido en su pueblo natal, Los Balbases, hizo llegar una imagen de la Virgen aparecida a Santa Catalina Labouré, que aún se conserva como donación suya.
Un testigo asegura que la persona que denunció y amenazó a los Padres y Hermano de la comunidad de Guadalajara fue un «tabernero apodado “El Chinas” que tenía odio a todo lo que olía a cera y sotana; no tiene, pues, nada de particular que jurara cortar la cabeza al P. Ireneo». El 29 de abril de 1936 escribía el mismo P. Ireneo: “Nosotros vivimos entre alarmas; pero hasta ahora no pasan de amenazas. Mañana duerme fuera el P. Cermeño; veremos lo que pasa el día primero (de mayo)”. Todo presagiaba un desenlace trágico.
Los milicianos detuvieron a los tres Padres y al Hermano, juntamente con otros sacerdotes, religiosos y católicos comprometidos con su fe, el 26 de julio de 1936, y los encarcelaron en la Prisión Central, calle Amparo; en total, unas 300 personas destacadas por su catolicismo de la región alcarreña, entre las que se contaban 21 sacerdotes y hermanos, colocados en celda aparte. Los misioneros paúles pudieron haberse escondido y refugiado en lugares seguros, pero prefirieron atender su ministerio y confiar en el Señor.
No es difícil imaginar las muchas molestias y privaciones en que se vieron envueltos en la cárcel. La alimentación era escasa y hasta llegaron a pasar hambre; en octubre fueron despojados de los colchones de lana y de las mantas de su propiedad, y en el mes de noviembre, cuando más arreciaba el frío, les robaron sus propios abrigos. Pese a los sufrimientos físicos y temores que les embargaban, todos permanecieron fieles e invencibles en la confesión de la fe y el amor. Les animaba la doctrina de San Pablo: “Si juntos compadecemos con Cristo, juntos seremos conglorificados con Él”. Según testimonio de Julián Figueres, “su vida en la prisión era un verdadero sacrificio y de gran resignación cristiana”. Animaban a los presos a seguir su ejemplo. El P Ireneo y compañeros sacerdotes impartían a todos la absolución de los pecados y les exhortaban a permanecer tranquilos, tratando de evitar disturbios y venganzas.
Según testigos oculares, los sacerdotes y hermanos llevaban una vida ejemplar. No hacían más que rezar. Un testigo declaró poco después: “… Los oficiales de la prisión estábamos muy edificados de ellos”. Y también: “Al entrar un día yo en el dormitorio donde estaban estos Paúles (PP: Ireneo Rodríguez, Cermeño, Vilumbrales y el Hno. Pascual), junto con otros sacerdotes y hermanos …, vi a un hombre grueso que estaba rezando el rosario. Era el P. Ireneo. Rezaba el rosario con los sacerdotes y hermanos encerrados en aquel dormitorio. Al sorprenderles rezando, se atemorizaron algo. El P. Ireneo me dijo: «Estamos rezando el rosario». Yo le respondí: Por mí pueden rezar lo que quieran sin temor a nada. Sólo que tengan cuidado con los milicianos y comunistas que vienen a la prisión”. En la prisión, el P. Ireneo, haciendo honor al nombre que llevaba, gozaba de paz y la transmitía a cuantos conversaban e intimaban con él.
El peligro de muerte creció a partir del 6 de diciembre de 1936 cuando una turba de comunistas, instigados por una brigada de milicianos de Alicante, asaltaron la Prisión Central de Guadalajara para matar a todos los sacerdotes, religiosos y seglares católicos, en represalia por el bombardeo de los nacionales sobre la capital alcarreña. El asalto comenzó a las cuatro de la tarde; subían a la cárcel “verdaderos montones de gente, gritando: «a matar a los presos». Las mujeres también gritaban diciendo: «Traédnoslos aquí que nosotras los picamos con las tijeras»”.
El relato nos ha llegado por distintos conductos. Primero los marxistas cerraron los dormitorios, para que no pudieran defenderse las víctimas ni escapar a la calle. Después entraron y sacaron a todos los presos, uno a uno, acompañado de un miliciano, con el simulacro de juzgarlos, pero en realidad para descargar sobre ellos el tiro a bocajarro o de espaldas mientras avanzaban hacia el patíbulo de la muerte. Así fueron despachando a gran parte de los encarcelados.
En un gesto de caridad heroica, el P. Ireneo y otro sacerdote se ofrecieron como víctimas por todo el grupo de presos, en especial por los padres de familia, pero los criminales que respiraban odio contra la fe hicieron oídos sordos a su ofrecimiento humanitario y de caridad compasiva. Luego fueron conducidos al recinto de la Prisión y allí los fusilaron, dejando sus cadáveres en el suelo. Los primeros asesinados fueron los sacerdotes y hermanos de la celda aislada, unos 21. Entre ellos, figuraban en primer lugar los sacerdotes y el Hermano Paúl. Parece que el P. Ireneo y el Hno. Pascual fueron los primeros en romper filas en la lista de condenados a muerte, el 6 de diciembre de 1936. Poco después se confirmó que habían sido masacrados en odio a la fe y por ser sacerdotes o hermanos. Su fama de santidad y martirio se extendió rápidamente por las calles de Guadalajara.
A tal punto llegó el furor de aquellos criminales, que varios milicianos, armados con pistolas, acribillaron a balazos a cuantos tenían los ojos medio-abiertos. Los agonizantes sin rematar, conducidos en los camiones para ser enterrados, daban gritos angustiosos, sin que obtuvieran compasión. Fueron enterrados junto a la carretera de Chiloeches en el lugar llamado «La dehesa», en una fosa común; muchos cadáveres fueron reducidos a cenizas, allí mismo, abrasados por las llamas.