DÍA 25: UNIENDO LA ORACIÓN Y LA ACCIÓN

Hoy el Señor te invita a unir el corazón y las manos. La oración no se queda en el silencio, se convierte en acción. Y la acción, sin oración, pierde su alma. Como misionero/a, estás llamado/a a vivir esta unidad: rezar con profundidad y servir con entrega. Que este momento de oración te ayude a renovar esa armonía entre contemplar y actuar.

Respira profundo y repite esta frase-oración:

 “Señor, que mi oración se haga acción, y que mi acción sea oración vivida.”

Evangelio del día: 1 Juan 3, 18

“Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad.”

¡Palabra del Señor! ¡Gloria a Ti, Señor Jesús!

Enseñanzas de San Vicente de Paúl

Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor de Dios, de complacencia, de benevolencia, y otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón amante, aunque muy buenos y deseables, resultan sin embargo muy sospechosos, cuando no se llega a la práctica del amor efectivo».

SVP XI, 733

Para la reflexión personal

San Juan nos recuerda que el amor verdadero no se queda en palabras, sino que se expresa en obras. La misión no es solo hablar de Dios, sino hacer visible su amor en cada gesto, en cada encuentro, en cada servicio.

San Vicente nos enseña que amar a Dios es sudar por Él, es trabajar, es desgastarse en el servicio. La oración sin acción puede volverse cómoda; la acción sin oración puede volverse vacía. El misionero necesita ambas: la contemplación que enciende el corazón y la acción que lo entrega.

El poema nos presenta a un pastor sencillo, que primero vivía lo que enseñaba. Su bastón, su paso humilde, su cercanía… eran su mejor predicación. Así también tú, Montserrat, estás llamada a ser testimonio vivo, donde tu oración se refleje en tu forma de servir.

¿Mi servicio nace de la oración o de la costumbre?

¿Cómo puedo ser testimonio de una fe que ora y actúa?

Oración final

Había allí un buen hombre de religión,

Era un pobre párroco rural,

pero rico en santo pensamiento y obra.

Era también un hombre culto, un clérigo,

a quien el propio evangelio de Cristo verdaderamente buscó

predicar;

enseñaba devotamente a sus feligreses.

En la enfermedad, o en el pecado, o en cualquier estado,

para visitar los más lejanos, independientemente de su estado

financiero,

iba a pie, y en la mano, un bastón.

Este excelente ejemplo le dio a su rebaño,

que primero cobró y después enseñó.

Amén.

Gentileza de: Misevi España