Iván Juarros Aranguren, CM.
Se habla, en distintos ámbitos de la vida eclesial, de la importancia de la pastoral vocacional y de la urgencia de dedicar a ella nuestros mejores esfuerzos. Este interés viene motivado, en gran medida, por la acuciante falta de vocaciones que estamos viviendo desde hace años en los países del primer mundo, y el estancamiento o leve descenso de vocaciones en otros lugares como América Latina. El sínodo del 2018 sobre los jóvenes tenía como título “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Muchos esperaban, como fruto de este sínodo, una revolución en la Iglesia en relación a la pastoral con jóvenes y a los caminos que debe emprender la Iglesia para suscitar la fe en los más jóvenes y despertar la inquietud vocacional. Algunos tal vez deseábamos una mayor atención al tercer elemento del tema, “el discernimiento vocacional”. Sin embargo, aunque las aportaciones del sínodo y de la exhortación postsinodal de Francisco son de mucho interés, no contienen recetas mágicas ni acciones rompedoras que marquen un antes y un después en la pastoral vocacional. En cambio, lo que sí tenemos, es una nueva insistencia en temas por todos conocidos: la escucha, el acompañamiento, el discernimiento. Contamos, por tanto, si no con recetas mágicas, al menos con orientaciones claras que marcan un camino seguro.
Todos sabemos que la labor vocacional es importante, pero no siempre tenemos el tiempo, el interés, la perseverancia o el acierto para hacerlo. Los quehaceres del día a día o las urgencias de la pastoral ordinaria nos ganan la partida ante una tarea que no sabemos bien cómo abordar. Por otra parte, siendo cierto que la situación actual nos empuja a empeñarnos con más ahínco en esta pastoral, no parece lo más correcto plantearlo solo como una cuestión de necesidad: no buscamos vocaciones para perpetuar nuestra institución o nuestra provincia, sino como un servicio a la Iglesia, pueblo de Dios, y a los pobres; y una ayuda a los mismos jóvenes que necesitan de la ayuda conveniente para ponerse en actitud de escucha y responder a la llamada. El trabajo en este campo, además, no da frutos inmediatos; requiere tener un horizonte en el medio y largo plazo. Los procesos de formación en nuestra misma Congregación son largos, pero incluso el tiempo que transcurre desde que un joven empieza a sentir cierta inquietud, se atreve a preguntar, empieza a indagar, hasta que se lo toma en serio y finalmente se decide, es también prolongado. No son pocos los que después de un tiempo se desaniman, o descubren su vocación en otro camino.
En cualquier caso, nos gustaría compartir nuestra experiencia con la pastoral vocacional en la comunidad de Honduras: nuestra experiencia, y también nuestros proyectos y sueños. Estructuraremos nuestra presentación con tres verbos: sensibilizar, acompañar y orar.
SENSIBILIZAR
Todos estaremos de acuerdo en que esta ha de ser la primera tarea. Igual que un atleta no puede empezar a correr sin hacer antes calentamiento, tampoco podemos hacer un planteamiento vocacional serio a un joven si antes no hay en él cierta sensibilidad. Mucho se ha hablado en esto de la cultura vocacional; crear y vivir en nuestras parroquias y ministerios una cultura vocacional. Consiste en caer en la cuenta de que todos estamos llamados, que la vida cristiana es llamada y respuesta, y que esa respuesta, que todos hemos de dar, la damos en libertad y con alegría. La cultura vocacional se vive cuando uno, a pesar de los años, como vemos en tantos cohermanos nuestros, sigue viviendo con ilusión y gozo su entrega misionera. Cuando renovamos cada día nuestro compromiso y nuestra respuesta al Señor. Cuando en nuestras homilías, catequesis, charlas, hacemos caer en la cuenta a los fieles de que el bautismo ya es llamada, y que en la opción de vida que cada uno tenga ha de responder día a día con generosidad y alegría. Cuando a los niños, en la catequesis, les presentamos las distintas opciones de vida cristiana y damos testimonio entusiasta de nuestra vocación misionera. Cuando a los jóvenes les presentamos nuestra vida como una opción real, posible y actual de responder a la llamada que Dios nos hace.
En nuestras parroquias ha sido un gran descubrimiento darnos cuenta que la pastoral vocacional es cosa de todos y no solo de los sacerdotes. Incluso cuando se trata de promover las vocaciones a la vida consagrada, al sacerdocio o a la vida misionera en la Congregación, los laicos son piezas fundamentales. Porque, en definitiva, las vocaciones son para servir al pueblo de Dios y a los pobres, no para nosotros. Siguiendo las directrices de la diócesis, creamos en nuestras parroquias la comisión de pastoral vocacional, formada por un delegado de la palabra, una catequista, un matrimonio (de la pastoral familiar), una joven, un representante de los monaguillos (pastoral litúrgica), una Hija de la Caridad y un padre de la comunidad. De esta manera, todos los agentes de pastoral de la parroquia están representados en la comisión de pastoral vocacional, y todos ellos se sienten también agentes de pastoral vocacional. Según los criterios de la diócesis, la pastoral vocacional tiene un carácter transversal, y por eso ha de estar conectada con las pastorales afines: delegados, catequistas, pastoral familiar, pastoral juvenil y monaguillos. Todas estas pastorales han de tener presente la dimensión vocacional y promover la cultura vocacional en sus actividades. De hecho, cuando hay formaciones diocesanas de pastoral vocacional, se invita siempre a miembros de estas pastorales afines a participar.
En nuestras parroquias, siguiendo esta idea, hemos dado formación sobre pastoral vocacional a las catequistas y a los animadores de jóvenes. Estamos siempre en contacto con la pastoral juvenil para llevar a cabo nuestras actividades e incluso hemos trabajado con los adolescentes de la catequesis. En el año 2020, antes de la pandemia, habíamos programado un encuentro mensual, en distintas comunidades de la parroquia, de carácter abierto a jóvenes en general, para sensibilizarlos en la cuestión vocacional. Lamentablemente solo pudimos realizar uno de estos encuentros, por la irrupción de la pandemia. Este año 2021 nos hemos propuesto retomar la idea haciendo los encuentros de manera virtual. En cualquier caso, la experiencia que tuvimos en aquel primer encuentro fue muy positiva: unos veinte jóvenes, de ambos sexos, se reunieron en la comunidad del Chile, y quedaron motivados para seguir participando en otros encuentros.
ACOMPAÑAR
Después de que se ha despertado una inquietud inicial en los jóvenes, mediante los encuentros de sensibilización, es importante el acompañamiento. Existen acompañamientos formales e informales, aunque son más frecuentes los segundos. Un mensaje de vez en cuando, una llamada… Lo que cuenta es la cercanía, pero siempre dejando libertad al joven y respetando los tiempos propios del discernimiento. La cercanía y la disponibilidad es lo más importante. Y no olvidar también que es Dios quien conduce a la persona y que nosotros solo somos instrumentos, muchas veces malos instrumentos.
Con el deseo de acompañar más de cerca a algunos jóvenes varones que han mostrado cierta inquietud, hemos empezado a hacer encuentros mensuales en la parroquia de Cuyamel. El primero tuvo lugar en el mes de febrero, y el segundo está programado para el 26 de marzo. Conscientes de la importancia del encuentro personal y en grupo con estos muchachos nos hemos decidido a hacer estos encuentros a pesar de la pandemia, siguiendo todas las medidas de bioseguridad. En el primer encuentro de febrero participaron 4 jóvenes; para el de marzo hay confirmados, al menos, siete.
Una forma muy significativa de ser cercanos y acompañar es abrir las puertas de nuestra casa a los jóvenes que tengan inquietud, aunque esto no lo hemos podido hacer desde que empezó la pandemia, y ha sido una de las cosas que más hemos sentido. Sabemos que la vocación no es algo abstracto, sino que es encarnada. Uno siente la llamada, pero esa llamada se concreta luego en un lugar, un espacio, un grupo de personas, unas relaciones. Es muy difícil para un joven dar un paso si no ha tenido antes un contacto con nosotros. Por eso es importante (y soñamos en poder hacerlo pronto) abrir las puertas de nuestras casas a estos jóvenes; que compartan con nosotros la oración, el ministerio y la convivencia comunitaria. A veces solo los invitamos a comer con nosotros. ¿Por qué no invitarlos a rezar con nosotros? ¿Por qué no pedirles que nos acompañen a nuestro apostolado o ministerio? Ellos quieren y necesitan ver cómo es nuestra vida. Y no necesariamente ha de ser algo así como un “día de puertas abiertas”, puede ser algo informal, espontáneo. También pensamos, cuando sea posible, en ofrecer a los jóvenes un tiempo más prolongado de vivir con nosotros. Tal vez un mes de experiencia en la comunidad de Cuyamel. Podría ser un paso previo a entrar en la etapa de acogida.
Algo que agradezco mucho es la implicación de toda la comunidad en la pastoral vocacional, sobre todo con los jóvenes que hemos tenido en etapa de acogida. Todos los miembros de la comunidad, sin excepción, hemos participado en la formación de estos jóvenes: retiros, formación litúrgica, formación vicenciana, formación en doctrina social de la Iglesia, etc. No hay reunión de comunidad en que no hablemos y compartamos sobre la pastoral vocacional. En el fondo es algo que, cuanto más nos metemos, más nos motiva a todos.
ORAR
A pesar de poner todos los medios, no podemos olvidar que la vocación es de Dios. Es él quien llama y quien nos sostiene en la vocación. Por eso una tarea insoslayable de la pastoral vocacional es la oración. Como todas las comunidades, cada mañana rezamos el “Esperanza de Israel” al terminar laudes. La comisión parroquial de pastoral vocacional está difundiendo, además, una oración vocacional a san José, precisamente en este año josefino. Y por iniciativa de la comisión estamos incluyendo una petición vocacional en la misa de los jueves.
Presentadas estas tres acciones, sensibilizar, acompañar, orar; una última idea: Dios puede sacar vocaciones de las piedras, pero, normalmente, las vocaciones necesitan un caldo de cultivo. No solo para surgir, sino para crecer y desarrollarse de manera sana y plena. Por ello es fundamental seguir cuidando los procesos de fe de niños, adolescentes y jóvenes, trabajar en comunidades que sean acogedoras con los jóvenes y donde los jóvenes se sientan integrados. Un joven necesita crecer entre otros jóvenes y tener amigos que le apoyen en su vocación. Para tener fruto necesitamos un huerto, un ambiente, un entorno, un contexto que apoye. Vivimos en un clima social contrario a la fe en sus diversas manifestaciones; es importante que al menos haya una comunidad cristiana que apoye al joven que inicia un camino vocacional.