Este pasado fin de semana (7-9 de febrero), se celebraba en el Madrid Arena y a nivel de toda la Conferencia Episcopal Española, el Congreso de vocaciones: asamblea de llamados para la misión.

Acudiendo a la llamada, más de tres mil personas fuimos congregados desde todos los frentes de nuestra geografía. En los tiempos sociales actuales, entendemos que la realidad de nuestra Iglesia, no se basa en el número si no en la calidad de la riqueza de los distintos carismas que componen nuestra amada familia. También estuvo muy bien representada nuestra presencia vicenciana con las Hijas de la Caridad, jóvenes de JMV y misioneros paúles. De la provincia de Zaragoza hemos acudido cuatro: los PP. Aarón, Iván y Josico y un servidor en proceso de discernimiento. A nosotros estaba unido el P. Javi Serra en calidad de asesor de la juventud vicenciana.

Este evento ha tenido como eje principal la pregunta ¿Para quién soy? Es una cuestión a la que todos nosotros estamos llamados a responder. Y como motores de ese eje dos líneas de actuación. Primero, la oración comunitaria como vía para sentir la posible respuesta; y, segundo, el marco de talleres y ponencias con el fin de que nuestra contestación se realice desde lo concreto que tuvieron lugar a lo largo de todo el día del sábado Desde ahí, mi corazón pudo ver, como Dios actúa en lo profundo del ser humano. Y me ha hecho abandonar el pensamiento de que Dios es “una vivencia inconmensurable” para descubrir que Él es la mejor manifestación posible y comprensible para nosotros desde la acción.

Además, aunque yo no soy padre; y no esté entre mis planes; estoy seguro de la siguiente afirmación: ‘pocas cosas le hacen más feliz a un padre, que ver a su hijo tomar un camino seguro ante el amor que está recibiendo”. Es desde ahí como en las ponencias marco se nos permitió hacer un repaso por todas las cuestiones que nos ubican en hallar nuestra posible respuesta: ¿De dónde venimos? ¿Qué es la vocación? ¿Qué es la cultura vocacional?… Es evidente, que sin una ayuda sobre el contexto externo e interno de la vocación, simplemente somos un corazón con patas perdido, intentando colgar la herramienta de nuestra fe en algún sitio.

Respecto a los talleres, una amplia amalgama de nombres específicos englobados en cuatro dimensiones que conforman la vocación cristiana. La Palabra, la Comunidad, el Sujeto y la Misión. Palabra como núcleo de renovación diaria, Comunidad para compartir el amor a Cristo Jesús, Sujeto como relación personal y Misión como cometido de la voluntad de nuestro Creador.

Entrando superficialmente en cada uno de los talleres que escogí, dejaré una humilde reflexión que salió a mi encuentro y deseo compartir con el lector. -El ministerio de la palabra- taller impartido por un diácono permanente, me suscitó lo siguiente; “Es en el pobre, en el último de la fila, donde Dios encuentra y comienza a construir su hogar”. Nunca me imaginé, que alentado por la historia de mi vida, llegase a proclamar al cielo con toda mi convicción, ¡Quiero hacerme cada vez más pobre!

El segundo taller, -Lectio Divina- (Impartido como no podía ser de otra manera por un monje cisterciense), salió a mi encuentro la siguiente meditación; “Solamente en el silencio y en posición previa de quietud respecto al mundo que me rodea, puedo tomar acción”. Nuevamente, he de confesar, que la palabra me enseñó algo que no solía hacer, pensar antes de actuar. Pero no pensar con la cabeza sino poner el foco de atención en dejar que el corazón expanda su camino.

Posteriormente a la tan necesaria comida, dio inicio el tercer taller, -La Teología como vocación-. Un horizonte que se acercó a mí. Podría hacer una crónica tan sólo de este punto pero, debo de ser breve. Parafraseando al poeta alemán Friedrich Hölderlin, “Quien piensa lo más hondo, aprecia lo más vivo”. Que en voz de mi experiencia quiere decir, “Si dirijo mis estudios a mi intención de comprender la naturaleza de Dios, apreciaré aún más la vida si cabe”. ¿A quién no le gusta sentirse vivo? A mi desde luego que sí, ya sí.

Finalmente, -Los pobres como vocación- abrió ante mí dos realidades necesarias. La primera, la vocación es en sí una identidad por lo tanto, no debo de esconderla. La segunda, hay jóvenes vocacionados que dan un SÍ al Señor y dan el paso, ahora mismo, no tengo complejo de inferioridad.

Finalmente y para acabar esta humilde crónica que mi corazón escribe y mis manos interceden, quiero dejar constancia de la reflexión primera que en mis ratos de oración íntima ha llegado a mí.

“El señor se sirve del miedo para volver a salir a nuestro encuentro”. Lanzo al aire como de la misma forma me lanzo a mi mismo las siguiente premisas; Si estamos llamados a ser nuevamente cada día, si no encuentro pregunta que hasta ahora me pueda hacer cuestionar mis emociones y si como he dicho, el miedo es una herramienta de nuestro padre, el que todo lo puede, el que todo lo sabe…

Hasta aquí lo que un humilde joven vocacionado puede escribir, el resto, la conclusión, solamente Dios la sabe. Por mi parte, que se haga su voluntad.

 

Daniel Illán Rico

Pastoral vocacional